miércoles, 3 de octubre de 2012
Las novias de la Meiland
miércoles, 6 de junio de 2012
La frustración
viernes, 29 de abril de 2011
El mal
Los chicos se divertían. Las chicas también, seguramente, aunque ellos no lo sabían, debido a que las sillas de sus aulas sólo estaban autorizadas a soportar el peso de un muchacho y no el ligero volumen de una dulce María.
Los chicos se divertían. No era fácil, pero para eso estaba Enrique. Cada día, cuando tocaban las diez de la mañana, los chicos salían al patio corriendo como si alguien se escapara con su merienda. Y cada día los chicos le pedían a Enrique que imitara al rey del rock. Querían ver ese movimiento de caderas, querían ver ese doblamiento de rodillas. Enrique no dudaba ni un instante en complacer a su público.
Primero Elvis, luego Jerry, luego Berry y luego el padre Anselmo le acariciaba con dureza su oreja y le soltaba la palabra mágica:
–Castigado.
Un nuevo día, un nuevo baile, un nuevo castigo. Y así pasaban las semanas. Los chicos se divertían y Enrique sufría horas de oscuridad por unos minutos de libertad.
Un martes, el padre Anselmo y sus secuaces tuvieron una larga charla con él.
–Linares… Debe dejar de escuchar esa música de Lucifer –ordenaba el padre Anselmo a su pequeño angelito–. Si sigue por ese camino acabará en el Infierno.
–Perdone padre –asumía Enrique–, pero es que no acabo de entender por qué dicen que esta música es del Infierno… En la contraportada del disco pone que está grabado en los Estados Unidos. ¿Significa eso que el país de los Estados Unidos es el Infierno?
–Mira niño… Debes hacer caso de lo que te decimos. Nosotros te traemos la palabra de Dios y a eso es a lo que debes rendirte –sentenció sin pensárselo uno de los acompañantes del padre Anselmo.
–Pero sigo teniendo dudas, padre… –continuaba el pobre Enrique– Cuando imito a Elvis soy feliz, pero cuando ustedes me castigan no lo soy. ¿Significa eso que Dios no quiere que yo sea feliz?
Uno de los curas decidió abandonar la sala en ese momento. Parecía agotado. Anselmo miró a sus espadachines esperando que alguno de ellos asumiera el mando. En ese preciso instante los espadachines se pusieron a buscar una supuesta moneda que había caído al suelo. Anselmo lanzó una mirada desafiante al pequeño Enrique y se acercó a él.
–Dios quiere que seas feliz, hijo… Pero eres pequeño, estás confundido y por eso te pone a prueba. Jesús sabe que sólo serás feliz si sigues su camino. Y no es un camino fácil, pero es el bueno.
–¿Y qué hay al final del camino?
–Eso sólo lo sabrás cuando llegues al final.
–Pero yo quiero saberlo ahora para poder valorar.
–No puedes. Debes tener fe.
–Pero esto de la fe…
–¡Nada niño! ¡Hay que tener fe y punto! Y si no irás al Infierno. Si sigues escuchando esa música diabólica te saldrán cuernos, se te caerá la piel y te convertirás en un monstruo. ¿Estamos? Ahora vete a casa y reza 10 padresnuestros.
Enrique salió de la charla más confundido que antes. No entendía nada. ¿Por qué todo cobraba sentido con la fe? ¿Por qué el Infierno era malo? ¿Qué había allí? ¿Por qué los otros curas aún no habían encontrado su moneda?
Un miércoles, Enrique decidió dar un paso más. Decidió ponerse a prueba. Cogió dinero de su madre (olvidó pedirle permiso). Se acercó al estanco.
–Un Marlboro, por favor –pidió Enrique con voz ultra-grave.
–Aquí tiene, señor –sonrió la anciana–. ¡Vaya! Es igual de alto que mi nieto Miguel. Que tenga un buen día.
Enrique dejó a la anciana con ese pensamiento y se dirigió a la escuela. Llegó la hora del patio. Empezó el espectáculo para su querido público. Lo que el público no sabía es que el espectáculo guardaba una sorpresa. Mientras Enrique doblaba la rodilla una y otra vez sacó su paquete de tabaco. Luego un cigarrillo. Los chicos exclamaron de admiración. Enrique se encendió el cigarrillo y bailó más rápido y más contento que nunca. Todo iba bien… Hasta que llegó el padre Anselmo.
–¡Linares!
Los chicos se asustaron y miraron rápidamente el cigarrillo de Enrique, que aún estaba en su mano.
–¿Qué escondes ahí, Linares? –preguntó el padre Anselmo.
–Nada –mintió Enrique.
El padre Anselmo le agarró de la mano y vio el cigarro encendido. Al momento le olió la boca.
–Esta vez se ha pasado, Linares –declaró el padre Anselmo–. ¡Y ustedes también! –dijo dirigiéndose al público menor de edad– Todo el mundo castigado. ¡Vamos!
Los chicos enfilaron hacia las aulas. Enrique siguió sus pasos, pero la mano gigantesca y peluda del padre Anselmo le detuvo.
–No tan rápido… Usted ha estado castigado muchas veces. Vamos a ver si un castigo más severo le hace reaccionar. Coja unas tijeras y vaya a arreglar los arbustos del jardín. ¡Rápido!
Enrique fue a buscar unas tijeras. Las encontró en el aula de manualidades, como marca la lógica. Estaban tiradas en el suelo, debajo de una mesa. Se agachó para cogerlas y al levantarse se dio con la cabeza con el canto de la mesa. Fue un duro golpe. Se lamentó un rato, hasta que se le pasó un poco y pudo llevar a cabo su tarea de jardinero.
Mientras Enrique repasaba con artesanía los arbustos del jardín oyó que alguien le llamaba.
–Pssseee…
Enrique se giró y vio en el tronco de un árbol una hilera de hormigas. Se acercó y notó que el sonido era cada vez más fuerte.
–¡Eh! ¡Tú! ¡Aquí!
Enrique se fijó en una hormiga separada del resto. La hormiga se estaba dirigiendo a él. Enrique no se lo podía creer.
–No hagas caso de lo que te diga el cura ese. Debes disfrutar de la vida. La felicidad la eliges tú. Si quieres algo ve a por ello. La vida es muy corta, chaval. No te la pases haciéndote preguntas que no tienen respuesta.
Enrique escuchó atentamente lo que le acababa de decir la hormiguita. Aún así no salía de su asombro. Enrique, para asegurarse de que todo eso no era un sueño, se pellizcó el brazo. Le dolió. Luego se palpó la cabeza y notó que se asomaba un bulto. Enrique se asustó. Recordó las palabras del padre Anselmo sobre el diablo y sus cuernos. Enrique no entendía por qué estaba escuchando una hormiga cuando una hormiga no puede hablar.
Al fin lo entendió todo. Enrique se estaba convirtiendo en un monstruo, en el diablo. Le estaban apunto de crecer los cuernos y ya empezaba a escuchar voces de otros seres.
Enrique aplastó a la hormiga y quemó todos sus discos. Ahora lleva sotana, imparte matemáticas y los cristales de sus gafas están llenos de tiza.
lunes, 21 de marzo de 2011
La atracción
La primavera daba sus primeros pasos en el lejano pueblo de Todolera. La feria había abierto sus puertas y todos los habitantes corrían como presos fugitivos oliendo sus primeros minutos de libertad. Los chicos iban agarrados a la cintura de sus princesas, los niños se habían acomodado en las espaldas de sus padres y las madres andaban repartiendo chocolatinas a sus cachorros.
La maquinaria se había puesto en marcha y entre toda la multitud un hombre. Solo, serio y con los ojos clavados en una de las atracciones. La montaña rusa más bella que jamás había visto. Aquel hombre debía tener unos 40 años. Nunca se perdía una feria y aunque no tenía con quién compartir sus emociones no le importaba gozar una y otra vez de todas y cada una de las atracciones que ofrecía la fiesta.
La cola era larga, pero Tomás se decía a sí mismo:
–No importa, seguro que merece la pena.
Y así, Tomás armado de paciencia, finalmente terminó la cola y se subió en uno de los vagones del vehículo. Los vagones eran de dos plazas. Él sólo ocupó una porque no tenía problemas de sobrepeso. En los otros vagones todo el mundo tenía a su copiloto listo. La joven guardián de la cola advirtió que faltaba una plaza por ocupar y lanzó una pregunta al aire:
–Falta un asiento. ¿Alguien va solo y quiere subir? –preguntó la chiquilla con cierto escepticismo. Tomás no parecía muy contento con la idea de la joven, pero había algo dentro de él que le hacía desear que alguien diera un paso adelante y se decidiera a acompañarle. Después de unos segundos de silencio incómodo los encargados de la atracción dieron por cerrado el cupo de pasajeros.
El trenecito se puso en marcha. Una curva a la derecha. La primera escalada. Caída en picado y brusco giro a la izquierda. Emocionante. El viento acariciaba la cara de Tomás mientras una sensación de felicidad cubría todo su cuerpo.
El tren llegó de nuevo a la estación. Tomás y todos los demás pasajeros salían ilusionados por todo lo que habían experimentado hacía escasos segundos. Quería repetir y no se lo pensó dos veces. Volvió a hacer cola. Lo que había vivido era fabuloso, nuevo para él. Antes hubo otras atracciones, pero ninguna como aquella. Tomás había encontrado la felicidad y no quería perderla.
Esta vez su impaciencia incrementó. La espera se le hacía mucho más larga. Quería volver a subir en seguida. Pero algo ocurrió. Noto que la cola hacía minutos que no se movía. La gente empezaba a murmurar. El nerviosismo de Tomás aumentaba.
–¿Qué es lo que pasa? –Se preguntaba. Era demasiado tímido para dirigirse a un extraño y compartir sus dudas.
Finalmente uno de los encargados de la atracción se dirigió a la larga cola.
–Hemos detectado un fallo en la maquinaria. Por seguridad la atracción permanecerá cerrada durante unas horas. Disculpen las molestias.
La decepción en la gente era visible, pero civilizadamente uno a uno fue deshaciendo la cola. Pero Tomás se quedó allí, quieto, expectante. Confiaba en que la atracción volvería a funcionar y quería ser el primero que volvería a probarla. Había notado una conexión con ese tren, creía ciegamente en ello. No quería abandonarlo. Quiso luchar por ello, aunque fuera utilizando una de las armas más débiles y pesadas: la paciencia. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Mientras Tomás esperaba a que arreglaran la atracción el resto de los habitantes de Todolera iban subiendo a las demás atracciones. ¡Y qué atracciones! Todo el mundo se lo pasaba genial. Tomás lo percibía con rabia y resignación. Él también quería pasárselo bien, pero en "su" atracción.
Aquella feria tenía algo especial. Era la mejor feria del mundo y tenía atracciones espectaculares. En una de ellas los hombres entraban en un salón lleno de espejos y al salir, estos hombres se habían convertido en niños. Volvían a sentirse libres y despreocupados sin tener que sufrir por ninguna responsabilidad. En otra atracción chicos y chicas que no se conocían subían a un barco vikingo y al bajar, de repente, todos se habían enamorado. Hombres de mediana edad hacían cola en una atracción que al bajarse de ella todos tenían la sensación de que les habían ascendido en el trabajo. ¡Qué placer cuando sentían el reconocimiento a sus empleos!
Era la feria de las sensaciones. Cuando alguien se subía a una atracción vivía una experiencia única. La gente podía advertir momentos especiales de la vida. Podían sentir cosas que nunca antes había notado o sí, pero ya las habían olvidado. Y toda esa felicidad de la gente la estaba observando detenidamente Tomás, plantado delante de la atracción estropeada.
Un joven se percató que nuestro solitario protagonista llevaba mucho tiempo esperando.
–Señor, va a ser mejor que vuelva otro día, parece que la avería es grave y va a llevar tiempo repararla.
–¡Pues poneros las pilas, hijos de puta! –pensó Tomás para sus adentros.
–No importa, me quedaré esperando lo que haga falta. Gracias. –escupió Tomás con gran firmeza.
Y la feria siguió en marcha días y días con todo el mundo correteando arriba y abajo, gritando de felicidad, mientras Tomás seguía esperando a que la atracción volviera a funcionar. Él era consciente de que las otras atracciones también podían hacerle estallar de alegría, pero se había obsesionado con el trenecito estropeado. Deseaba aquella atracción costara lo que costara.
La atracción nunca más volvió a funcionar y la feria llegó a su fin. Tomás se quedó sin vivir ni experimentar nada. Todos los habitantes de Todolera volvieron a sus vidas normales, pero con una inyección de vitalidad que antes no tenían. Tomás, en cambio, volvió a su casa de la misma manera que había llegado a la feria: triste y solo.
Al año siguiente volvió la primavera y con ella la nueva feria. Ni un alma rondaba por las calles. Todos estaban de nuevo montando en las atracciones. Todos menos Tomás, que nunca más volvió a pisar ninguna feria. Y nadie lo echó nunca en falta.
jueves, 18 de marzo de 2010
Agárrate fuerte
En este mundo existen ciertos términos que, depende de cómo te los mires, pueden ser muy divertidos. Por ejemplo, tenemos el “Derecho de admisión” o “Política de empresa” o “Wikipedia”. Son divertidos por una razón: la seriedad que muestra la persona que los utiliza para justificar algo. Yo quiero hablaros del término “Política de empresa”.
El primer día de trabajo lo invertí en aprender todo sobre la factorya en la que iba a trabajar. Esos grandes almacenes. Yo creí que simplemente me dirían cómo tenía que hacer mi trabajo. Ya me dice mi madre que soy demasiado inocente… Primero nos hacen entrar en una sala donde hay preparado un proyector y un ordenador. Me huelo lo peor. Efectivamente, un Power Point. Si quieres que alguien se tome algo a cachondeo utiliza un Power Point. Empezamos la función con un poco de Historia. Nos explican como se creó la empresa. A un tipo se lo ocurre una idea y luego van tres que se quieren apuntar al carro. FIN. Gracias, es lo que necesito para cobrar a los clientes. Nos ponen la foto de los cuatro genios enmarcada como si fuera una fotografía DE_GRADUACIÓN universitaria. Que lástima que aún no existiera el Facebook. Ya me imagino los comentarios: ¡Que monos! / Quien quiera que se etiquete / ¡Foto de perfil ya!
Después de eso nos empiezan a decir lo rápido que ha crecido la empresa en los últimos años. Es curioso como todas las empresas en las que entras a trabajar son de puta madre y van todas como la seda.
Una vez que creíamos haber superado el trauma nos bombardean con una serie de folios, entre los cuales había uno donde constaban unas NORMAS DE CONDUCTA. Lo cierto es que me quedé con las ganas de especificar algunas cosas acerca de esas normas. No porque no tuviera la oportunidad, sino porque me despiste al ver un mono oliéndose el culo en el pasillo. Eso absorbió toda mi atención. Aprovecho ahora para comentar cuatro cosillas:
- Puntualidad. Sí, lo se, lo siento
- Respetar obligatoriedad del lugar de entrada y salida del personal. Claro, no queremos mezclarnos con la escoria de los clientes
- Higiene personal y de las instalaciones. Se hará lo que se pueda
- Vestuario adecuado. ¿Quién eres? ¿Mi madre? Con una persona que me diga “Recoge eso” ya es suficiente
- Control de entrada de aparatos electrónicos. ¿Eso implica chequeo diario? Porque si es así me agrada la idea
- Prohibida la utilización del móvil. Si esto no fuera así imaginaros lo que pasaría:
- Cliente: Disculpe señorita…
- Dependienta con mucho vicio: ¡Espérese un momento! ¿Qué no ve que estoy hablando? Que el joputa del Javi se ha liado con la guarra de la Jenny y no iban borrachos. ¡Joder!
- Prohibido fumar. Concretad más, por favor
- Correcta utilización de los sistemas informáticos. Eso decídselo a los sistemas informáticos. Yo pongo todo de mi parte
- Información confidencial. Tan confidencial que esta norma no se entiende una puta mierda
- Vías de comunicación. Pues anda que os hacéis entender…
- Funcionamiento de compras de personal. O lo que es lo mismo: No os vamos a hacer ningún descuento. JODEROS
Y para rematarnos de una vez por todas, vino el artista invitado de toda reunión laboral: el de los Riesgos Laborales. Es como esos tipos que entran en una escena de una serie muy famosa y se oyen los aplausos del público. Solo que sustituid aplausos por bostezos. El pobre hombre nos tuvo sentados una hora mientras nos ofreció algunas de sus advertencias. Cuidado con las cajas que os puedan caer en la cabeza, preocuparos de tener la espalda recta, vigilad con el exhibicionista de la sección de informática… Recuerdo que uno de mis compañeros me ofreció cianuro. Yo le dije que no tomaba drogas en horario laboral.
Creo que todos los que trabajan en esto de prevenir los Riesgos Laborales, en un tiempo no muy lejano fueron miembros de las Fuerzas Armadas. Cuando nuestro amigo finalizó su discurso nos fueron llamando uno por uno para ocupar nuestro nuevo puesto de trabajo. El señor de los Riesgos ocupó una de las sillas que quedaron vacías. Y ahí se quedó, viendo como pisoteábamos su dignidad al no recoger ninguno de los folletos que nos había repartido. La mirada perdida, totalmente absorto, como si su mente se hubiera alejado de la triste realidad para acomodarse en un pasado mejor. Yo lo observé fijamente, tanto que pude llegar a leer su pensamiento. Creo que dijo:
–Yo en Vietnam salvaba vidas.
miércoles, 17 de marzo de 2010
DÍA 0
Harto de levantarte por las mañanas y no tener nada que hacer. Harto de tener que quedarte en casa los sábados por la noche, porque no tienes dinero que gastar. Harto de preguntar en cada puto bar cuanto cuesta la cerveza antes de que te la sirvan. Se acabó. Necesitaba un curro enseguida. La solución se encontraba en un centro comercial.
Después de lanzar currículums y convertirme en una de las personas más vulnerables de este país, al conseguir que todas las tiendas de Barcelona tuvieran todos mis datos, me llamaron de unos grandes almacenes, donde venden aparatos electrónicos de todo tipo. Aunque tienen un pequeño estante donde venden libros, también. Para que nadie diga que allí sólo entran lerdos. Aunque luego esos libros no los compra ni Dios. Yo creo que no están ni escritos, que son hojas en blanco, lo único verdadero es la tapa, para que parezca real.
Me concertaron una entrevista. Eso significaba que tenía que ponerme unos pantalones. Una vez solucionado lo de los pantalones me fui a la tienda en cuestión. Al llegar un encargado de seguridad me hizo un chequeo. Yo se lo agradecí, porqué ya era hora que alguien más, a parte de yo mismo, me tocara un poco. El hombre de la porra me dijo que esperara. Me mandó a la sala de descanso, el lugar más concurrido en España después de las oficinas del INEM. Allí observé que hay una extraña afición por los Tigretones y los Bollycaos. Al fin me entrevisté con el jefe de RRHH. La entrevista fue de lo más entretenida. El hombre empezó a hacerme preguntas psicológicas, lo cual era lógico, porque justo detrás suyo había el título de su Master en Recursos Humanos, o lo que es lo mismo, Cómo engañar al personal. Me preguntó cosas del estilo “Cuales son tus virtudes y tus defectos”. Yo quería contestarle cosas como “Virtud: Follarme a tu madre y a tu hermana” “Defecto: No poder follármelas a la vez”, pero luego recordaba que quería conseguir el trabajo, así que le respondía como es debido. Al final de la estúpida entrevista me dijo que tenía un puesto libre en una de las cajas, donde los clientes pagan (Lógico, una vez más). Yo asentí con satisfacción, pero lo mejor vino justo después cuando me dijo:
– Aunque ya sabes que estos trabajos son para las chicas...
Ahí sí que no pude evitar reírme. Le dije que no había problema, que podría realizar el trabajo a la perfección, siempre y cuando no fuese obligatorio coger las tarjetas de crédito de los clientes con los labios de la vagina, porque ahí sí que tendríamos un problema. Vale, esto último no se lo dije, pero hubiera estado bien, ¿Verdad?
Me dijo que todos mis compañeros serían chicas. Yo pensaba “¿Y dónde coño está el problema?”. Al final el macho alfa cedió ante mi postura y permitió que un hombre ocupara el puesto de cajera. Nos dimos la mano y me fui. Él aprovechó para desayunar y ahí se quedó, comiéndose su plátano mientras se rascaba la cabeza. Darwin estaría orgulloso.